Hay un momento en el camino espiritual que pocos cuentan.
No es el momento de euforia, ni la fase de expansión donde todo parece tener sentido.
Es ese punto intermedio en el que no sabes qué hacer con tu vida, en el que el cuerpo se siente cansado, la mente sin rumbo y el alma… en silencio.
Y puede que pienses: “¿Cómo puede ser? Si he hecho tanto trabajo interior. ¿Por qué ahora me siento así?”
Respira. No estás retrocediendo.
Estás renaciendo.
La muerte del personaje
Durante años actuamos desde identidades que creamos para sobrevivir:
la que trabaja duro para ser valorada, la que da sin medida para merecer amor, la que busca seguridad fuera.
Pero llega un punto en el que el alma dice “basta”.
Y empieza a desarmar todo eso. No hay inspiración, ni energía, ni deseo de “hacer”.
Y comienzas a preguntarte: “¿Qué me pasa? ¿Por qué ya no me motiva nada?
Lo que estás sintiendo no es apatía.
Es la muerte simbólica de tu personaje. Estás soltando tu antigua identidad.
Durante años viviste desde personajes que se construyeron para sobrevivir — la que debía esforzarse para ser valorada, la que daba sin medida para sentirse amada, la que buscaba seguridad en el control, la que complacía, se esforzaba o se sacrificaba.
Tu cuerpo, tu mente y tu energía necesitan tiempo para reconfigurarse.
Ya no puedes forzarte a hacer lo que antes hacías, porque ese “yo” ya no existe.
Y lo nuevo… todavía no ha terminado de nacer.
Lo que sientes no es apatía. Es el duelo del yo antiguo.
Tu cuerpo y tu mente están integrando una frecuencia más ligera, y por eso lo que antes funcionaba… ya no encaja.
El vacío no es el enemigo
El vacío no es un error: es un puente desde tu antiguo Yo, hasta tu nuevo Yo.
Un terreno fértil en el que lo nuevo se está gestando, aunque tú aún no lo veas.
Desde ahí germina una nueva forma de vivir, una nueva motivación, más serena y verdadera.
Pero mientras tanto, lo que toca es no llenarlo.
No hace falta que tengas un plan, ni que sientas pasión por nada.
Tu energía está en pausa, no porque hayas fallado, sino porque estás descansando del modo supervivencia.
Intentar llenar ese vacío con actividad o productividad solo prolonga el proceso.
Este tiempo no es para construir, sino para escuchar.
Moverte desde la suavidad y la compasión
En esta etapa, no necesitas grandes planes, solo presencia suave.
Empieza por gestos que te reconecten con la vida sin exigencia:
- Una taza de café disfrutada sin prisa.
- Caminar sin música, observando los detalles.
- Escribir sin objetivo, solo para escucharte.
- Decirte cada día:“No tengo que forzar nada para merecer el descanso y la abundancia.”
Y los hábitos simples —como ir al gimnasio o cuidar tu alimentación— son ahora anclas que sostienen tu energía mientras lo nuevo se acomoda.
Después del vacío
Con el tiempo, notarás que la motivación regresa… pero distinta.
Ya no viene de la presión, sino de la coherencia interna.
No busca aprobación, busca expansión.
Tu alma ya no se mueve por obligación, sino por amor.
Y ese será el verdadero renacer:
cuando descubras que no perdiste nada, solo dejaste espacio para lo auténtico.
Solo soltaste lo que no eras, para poder convertirte en lo que sí.
Si estás ahí ahora…
- No te exijas claridad.
- No te juzgues por no tener ganas.
- No intentes “volver a ser quien eras”.
Esa persona cumplió su propósito. Ahora toca recordar quién eres sin el antiguo traje.
Este vacío también es parte del despertar.
Solo que ahora, en lugar de buscar luz afuera…la estás descubriendo dentro de ti.
Permítete estar en pausa.
Porque aunque no lo parezca… todo se está recolocando para ti.
Lo estás haciendo genial. Confía en el proceso y déjate guiar por la Divinidad, tu Yo Superior, Dios, el Universo.💫
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