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Conseguir los sueños, no depende de la buena suerte

Hace unos días estuve hablando con una amiga acerca de la suerte. Le comentaba que hace tiempo que no utilizo expresiones como “¡qué buena suerte!” o “qué mala suerte”…

Últimamente veo muchas personas que están consiguiendo sus sueños, están cambiando de vida, a una vida mejor, que además es perfectamente compatible con sus valores y creencias.

Claro que lo que se ve es ese éxito repentino, que sorprende a muchos.

Pero…¿la gente se pregunta el esfuerzo, la dedicación, perseverancia, incluso el sufrimiento que hay detrás de ese resultado?

Para llegar a ese punto se ha pasado por muchos estados. Incluyendo por supuesto el miedo. Al que te enfrentas de cara, sin armaduras y completamente vulnerable a lo que pueda suceder.

Curiosamente, a parte de todos los miedos que puedan aparecer por tomar una decisión que vaya a cambiar tu vida, o por realizar algún proyecto en el que crees firmemente, aparecen esas críticas, comentarios de incertidumbre de tus familiares, amigos y conocidos.

Existe un especial interés en transmitirte sus propios miedos. El hecho de que te atrevas a salir de tu zona de confort, hace que les plantees, indirectamente, que ellos salgan también.

Creo que todos, en algún momento, hemos tenido aunque sea una oportunidad de cambiar de vida, y mejorar nuestro estado actual.

¿Qué diferencia hay entre la gente que consigue ese cambio de vida y los que no?

Pues, que escuchan a su voz interna, y superan su miedo.

Dejan de escuchar esa parte que les pone freno a ese cambio que en el fondo desean. Aprovechan esa oportunidad que se les presenta, y la persiguen, hasta hacerla totalmente suya. No es que unos tengan más suerte que otros. Simplemente es que hay personas más receptivas a ese tipo de oportunidades, y no dejan que se escapen. Son valientes, y eso es algo que hay que reconocer y valorar. Confía en tí mismo y en tus posibilidades cuando se presente alguna de esas oportunidades,  salta fuera de la zona de confort y descubre ese mundo de posibilidades que se te presentará. ¡Ánimo!

Les dejo un cuento corto para reflexionar, que encontré en el blog de Álex Rovira:

“Una historia china habla de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea, también muy necesitada.

Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las que sobrevivir.

Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida.

La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed.

Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…

Pero sucedió que, al día siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas.

Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…

Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos.

Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada.  Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte.

Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.

Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.

Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huído al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo.

Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo.  Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia.

No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.

Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino.

Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos.

A lo que el longevo sabio respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.

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